1.- Ideas y tiempo (26-9-16): Amalio y Facundo tuvieron esta conversación:
* Amigo Facundo, tengo muchas ideas y muy poco tiempo para desarrollarlas.
* No te preocupes, Amalio. A otros les sobre tiempo y no tienen ninguna
idea.
El mundo está así de descompensado. ¡Todavía!
2.- La ráfaga de viento
Sacó de su bolsillo un pequeño trozo de papel para anotar una brillante
idea, de las que solían acudir a su mente cuando paseaba solitario.
Al intentar cambiar de posición los dedos índice y pulgar con que sujetaba
el papelillo, una ráfaga de viento se lo arrebató. Pero fue a posarse en el
suelo a pocos metros de distancia, gracias a un casual pequeño descanso del
aire.
Cuando estaba a punto de pillarlo de nuevo, otra ráfaga veloz se lo llevó
zigzagueando hasta caer al mar.
Con cara de indignación, se quedó quieto mirando cómo lo escrito se iba
ahogando lenta y despectivamente, al compás del suave balanceo de las
tranquilas aguas de la ría.
Aquella noche no pudo dormir de irritación.
Se olvidó de lo que había escrito, de lo que faltaba por escribir, e
incluso de la idea originaria.
Terminó, resignadamente, escribiendo un artículo sobre azar y desaliento.
De su éxito se sabe poco.
Dos vecinos de un mismo pueblo se mueren casi juntos y aparecen en la
puerta del cielo uno detrás del otro. El primero era el taxista (Roberto
Martínez) y el otro el párroco (reverendo D. Roberto Martínez), ambos de
Ventosa de Arriba. Pedro (el celestial portero, el de las ‘llaves’; ¡ya ves!)
identifica al primero: nombre, profesión y pueblo. Observa su curriculum
vitae y le dice: Pase usted al salón del fondo, el armario número 8 es
suyo; el sillón azul es para usted y con la llave verde puede acceder al bar,
encender la TV, y tomar lo que quiera del buffet. También el jacuzzi está a su
disposición... El hombre entra encantado. A continuación, Pedro observa el currículum
del segundo Roberto Martínez. Pronuncia el nombre en alto e inmediatamente
interviene el nombrado:
- Sí. Soy Roberto
Martínez. Pero el párroco, no el taxista de mi parroquia, el que acaba de
entrar.
- Sí, sí. Dice Pedro.
Tengo aquí sus datos. Ha muerto usted reglamentariamente, según los designios
del Señor. Lo digo porque otros mueren por accidente o así y me cuesta más
encontrarlos en la lista por venir en días no previstos.
- No. Lo digo porque, al coincidir mi nombre
con el del anterior, quiero evitar confusiones.
–
No se preocupe, dice Pedro. No hay error. Está
usted salvado. Entre y siéntese en aquel taburete. Cuando el buscador de
rincones tenga alguno disponible ya le avisará.
–
¡¿Cómo?! El que acaba de entrar era un
irresponsable. Conducía peligrosamente. Se subía a las aceras, se salía de la
carretera, siempre superaba los límites de velocidad, daba positivo en las
pruebas de alcohol con cierta frecuencia, etc. Lo sé porque lo decía todo el
mundo y además porque se confesaba conmigo (supongo que aquí no es secreto).
Mientras que yo cumplía con mis deberes religiosamente, predicaba homilías
largas, argumentadas, bien preparadas... Y resulta que se le asigna un lugar
fantástico al taxista y para mí una simple banqueta y ni siquiera fija,
‘precaria’…
–
Es verdad, Reverendo Martínez. Todo lo que usted
dice es verdad. Pero usted, cuando predicaba, conseguía que las imágenes de la
iglesia se durmieran, y hasta las piedras de sus paredes roncaban. Mientras que
cuantos sentían al taxista cerca, rápidamente empezaban a rezar con total
devoción, no solo los ocupantes del vehículo, sino incluso todos los que lo
veían venir. ¿Lo entiende ahora?
–
Todavía no lo veo claro ni justo. Pero sé que
voy a tener tiempo suficiente para pensarlo.
Comentario
crítico: ¿Cuál de
los Martínez lo ha hecho mejor? Según la moral de la Institución de Pedro es
evidente que lo hizo mejor el taxista. Pero desde el punto de vista ético hay
que considerar qué valores entran en juego. El taxista ha jugado con la salud
y con la vida misma de sus clientes, así como de sus vecinos y otros
viandantes. En cambio, el párroco solo puso en juego valores credenciales,
como la salvación de sus fieles y la confianza en el
representante de sus creencias. Por tanto, ambos son rechazables, desde sus
valores. Pero el párroco solo puede ser juzgado por sus fieles, y, por
analogía, también por otros fieles. Mientras que el taxista puede serlo por
todo el mundo que ame la salud y la vida, al margen de las creencias.
El taxista ha obrado éticamente mucho peor que el párroco, porque ataca valores
universales, mientras que el párroco solo es un poco reprendible porque no mima
los valores particulares de su 'club'. Sin embargo, el taxista recibe un buen
premio, mientras que el párroco, aun habiendo cumpliendo formalmente bien
con su deber institucional, recibe un insulto de premio, ya que se considera
que no ha desempeñado bien el interés de la 'empresa'. No obstante, desde el
punto de vista ético, el párroco solo ha fallado en valores de 5º orden, como
pueden ser la coherencia y la confianza, y aún con dudas muy razonables, ya que nadie obliga a
nadie a creer en nada referente a la otra vida; mientras que al taxista no le
importaba atacar la salud y la vida.
4.- Grial: Plato, pocillo, cuenco. Viene quizás de la palabra
bajolatina gradalis (gratalis) para tomar comida o bebida 'poco a
poco' (gradatim). Aunque parece más probable su relación con la palabra cratera
(vaso con asas, del griego kratér -vasija grande, copa, caverna-). De gradalis
provienen las formas romances graal, greal y grial.
Aparece en el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita (espetos e griales,
ollas e coberteras). La etimología 'sangre' + 'real' es una simple ocurrencia
popular.